lunes, 26 de enero de 2009

Fantasmas

El sepelio de doña Mercedes se efectuó de un modo rápido y frío, entre la compañía y resignación de un reducido grupo de familiares. La anciana había apurado sus últimos días de vida en aquel pueblo que la vio nacer, crecer, gozar y sufrir. Ella y don Ramiro, su marido, eran los dos únicos habitantes del lugar. El hombre se jactaba de hallarse, a sus 87 años, en un estado de salud excelente, pero a partir de ese momento tenía claro que debería abandonar su casa para cobijarse en el hogar de sus hijos, residentes en Zaragoza. Esa misma noche tomaron todos rumbo a la capital, condenando al pueblo para siempre a un olvido del que solo podría despertar durante los meses de agosto, cuando los descendientes de los lugareños decidieran utilizar sus polvorientas segundas residencias para sanar las heridas de la ciudad.

Pero marchaba don Ramiro tranquilo, puesto que su difunta esposa, poco antes de expirar, hallándose en el umbral de los mundos, le confesó un secreto que lo tranquilizó. En el momento que un pueblo muere, cuando el último cuerpo que ha transitado sus calles deja de respirar, comienzan a figurar en él los habitantes que nunca existieron: El hijo que tanto ansiaron don Pedro y doña María, la novia por la que suspiraba Mateo, primogénito de Facundo el alguacil, el médico que reclamaron los lugareños tantas veces...
Y muchos más. Todos ellos toman las casas vacías e instalándose entre sus ruinas y recuerdos reanudan el día a día de la aldea. En ella la vida sin vida continúa, mas viva de lo que jamás estuvo. Sin ir mas lejos, el último rumor habla de un posible affaire entre el yerno perfecto que doña Aurelia siempre quiso tener y la alcaldesa valiente que hubiera conseguido un poco mas de prosperidad para aquel paraje.

Ya se sabe. Pueblos.

1 comentario:

  1. Fantasmas que no abandonan su morada, no necesitan sangre para existir.
    Un abrazo.

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